lunes, 25 de enero de 2010

Bukowski electoral

El rostro de un candidato político en una valla publicitaria

Ahí está:
No demasiadas resacas
No demasiadas peleas con mujeres
No demasiados neumáticos desinflados
Nunca pensó en el suicidio

No más de tres dolores de muelas
Nunca se saltó una comida
Nunca estuvo encarcelado
Nunca estuvo enamorado

7 pares de zapatos

un hijo en la universidad
un coche que no tiene más que un año
pólizas de seguros
un césped muy verde
cubos de basura con tapa hermética

seguro que le eligen.

lunes, 18 de enero de 2010

Lugares distraídos, lugares de distracción



                                                               (Foto Jose Díaz)

jueves, 7 de enero de 2010

antología de cuentos de nunca acabar


El Tamal de Peluche, como su nombre indica, es un blog ajeno al buen gusto. La elegancia, la exquisitez, el sibaritismo, el refinamiento y demás no tienen cabida en este blog, porque esas cosas son para los escritores y los periodistas como la criptonita para Supermán (toda la noche buscando esta metáfora, no me digan que no es buena).
Aprovechando esta circunstancia, yo, bajo el seudónimo que me dieron mis padres: Catalina Murillo, quiero hacer aquí lo que sería considerado de pésimo gusto en un periódico “normal”: hablar de la antología de cuentos Historias de nunca acabar, publicada recientemente por la Editorial Costa Rica, antologada por Juan Murillo y Guillermo Barquero. ¿Quiénes?, se preguntarán ustedes. Unos ahí.
En el prólogo a la antología se habla de Catalina Murillo como una “autora de culto”. Mi marido, alias El Africano, me preguntó qué era una autora de culto y yo decidí pasarle la pelota a Juan Murillo: Juan, explíquele ahora usted a El Africano qué es eso, porque si se lo explico yo le diré que una autora o un autor de culto es uno que no ha escrito nada o al menos no ha publicado nada pero todo le mundo habla en los bares y cantinas de lo genial que es. Un autor de culto sería alguien de quien nadie nunca tuvo jamás un libro en la mano, pero se comenta por ahí que es un genio y se le ve en toda clase de tertulias. Un autor de culto es alguien que nadie sabe a ciencia cierta si escribe. Eso le dije yo a El Africano, corríjame si me equivoco, Juan.
La antología se anuncia como una antología del “nuevo cuento costarricense” e incluye a una autora de ya casi cuarenta años, como servidora. Quentin Tarantino dijo un día que un hombre debería dejar de hacer películas cuando ya no se le pusiera dura la minga (traducción mía del inglés). Parafraseando a Tarantino, no sé si podemos considerar escritora joven a una que tiene el cincuenta por ciento de hormonas que hace veinte años (dicen los científicos). Ahora bien, el cuento fue escrito cuando aún dejaba la silla mojada mientras escribía. Así se escribe o ésa es la escritura que me conmueve, la escrita con un teclado suave y silencioso y un clítoris duro y furioso.

Luis Chaves pulula también por la citada antología. Se rumorea que fue por meterlo a él que se amplió tanto el margen de “juventud” de los cuentistas. Es que valía la pena, no sé si vale el pene pero sí la pena. Luis Chaves es el escritor que sacará a la literatura costarricense del atolladero. A veces pienso si hay una conspiración a su alrededor o qué, cómo es que nadie se da cuenta. Bueno, puede ser porque uno empieza a leer a Chaves y piensa “esto lo escribe hasta mi primo”. En general los considerados buenos escritores costarricenses escriben con el sombrero de escritores en la cabeza, y uno los lee como sintiendo todo el esfuerzo que les habrá costado cada frase. Leyendo a Luis Chaves dan más bien ganas como de sentarse en la mesa de tragos desde la que él parece estar siempre contando sus cuentos.

Jessica Clark  (cuánto le envidio el seudónimo­; si yo me llamara Jessica Clark ya habría triunfado en el extranjero) es la escritora costarricense más libre que tenemos; si algún día lee esto se le pondrán los pelos de punta con eso de “escritora” y “costarricense”. Jessica es una cabrona y somos muy pocos lo que nos hemos dado cuenta porque Jessica no se deja conocer. Es lista y divinamente cabrona, cosa que si el lector sabe le hará disfrutar más aún el relato que ha aportado a la antología.

Y sólo esto voy a comentar por ahora de la Antología, queridos amiguitos, a pesar de que soy una defensora de la crítica negativa. De hecho, una vez en una presentación de un libro de Rodrigo Soto, al final, comenté entre colegas que deberíamos criticarnos, para mal, digo, escribir en los periódicos sobre lo malos que son los libros de los otros. ¡Así tal vez lograríamos que la gente comprara nuestros libros! Porque la gente ya está digamos quemada de engaños. Ya se sabe que Fulanito va a escribir que muy bueno el libro de Menganito… y ya nadie se lo cree. Así les decía yo en esa presentación de ese libro, agarrada a mi vinito barato y mi boca de atún. Entonces Carlos Cortés se giró y me dijo que le alegraba que yo pensara así, porque él tenía que decirme que mi libro Marzo todopoderoso era una mierda. No recuerdo la frase textual, sólo la palabra mierda. Cuando un hombre como Carlos Cortés usa esa palabra, cobra otra dimensión (la palabra… y el hombre también, ahora que lo pienso). La palabra mierda casi brilló como una pompa de jabón. Y yo pensé lo buenísimo que hubiera sido que ese mae hubiera salido en el periódico diciendo eso, explicando un poco ese punto de vista. Desde aquí oh Cortés te pido que lo considerés: escribite algo contra Marzo todopoderoso que se va a reeditar pronto.
A pesar de esto, por ahora no voy a comentar los otros cuentos de la Antología, pero lo haré, lo haré. Lo haré cuando se me pase este mal humor que me ando desde que dejé de fumar.

miércoles, 6 de enero de 2010

lunes, 4 de enero de 2010

Tigres del Norte I (Bigger, Longer & Uncut)

Los tigres, el puma, la fila, los fans y la doña que se tragó un edredón


Hace un año estábamos trabajando en San Carlos y, como siempre, nuestro único propósito era huir de la rutina, léase, de la sala de redacción. Nos movía una especie de furor amarillista mezclado con curiosidad chismosa. Se suponía que debíamos cubrir un multitudinario concierto de Los Tigres del Norte pero en el fondo sabíamos que nuestro plan era caer tan bajo como fuera posible, es decir, llegar al fondo de algo. De lo que fuera. Para eso teníamos, y tenemos, mucha vocación. Nos moríamos por hacer aquello con tal de no parecer lo que éramos, asalariados invisibles, imbéciles dóciles. Los Tigres del Norte encarnaban, en aquel entonces y quizá todavía, nuestra forma genuina, desafinada, fronteriza y hasta masculina de protestar sin perder el trabajo. Sin embargo, a veces la realidad también ayuda y uno no tiene más que dejarse llevar, como si avanzara rodado en un mullido cochecito. Digo esto pensando en el molote que había en la entrada apenas llegamos, en la lluvia que empezó a caer, en el sol, en el barrial, el desacomodo, el calor, la espera, el sofoco. Todos los elementos dispuestos perfectamente para una velada tal y como la necesitaba nuestra sensación de derrota, la única que, en aquel entonces y quizá todavía, nos gusta transmitir. No voy a volver a contar lo que ya está contado sino todo lo contrario, pues toda aventura periodística tiene siempre un reverso inescrutable para los lectores. En ese reverso es donde empieza la literatura que se le amputa al periodismo como si fuera un tumor o una gangrena. Jose Díaz se topó con varias escenas y captó diferentes momentos absolutamente intrascendentes pero que, al día de hoy, son los únicos que recordamos. Como la foto de arriba, cuyo título es más bien una sinopsis. Mañana les cuento la historia.