viernes, 18 de septiembre de 2009

Mi Cabezón querido y requerido




 




Hace mucho tiempo que te propongo, en mis diálogos imaginarios con vos, que escribamos un libro o un blog a cuatro manos y ojos. Pero un blog que sirva para algo. No un blog donde uno siente que ha caído en el universo solitario de alguien que no se sabe expresar. Un blog que la gente visite a conciencia, no sólo embaucada por las búsquedas de Google y los links de los amigos. Un blog de autoayuda para gente inteligente.

Yo ya no quiero volver a escribir sobre mí misma. No como hasta ahora. No quiero escribir para que me entiendan sólo los que piensan como yo. Vos me dijiste en una carta hace un tiempo: “Han pasado un montón de cosas malas, todas buenísimas”. Cómo se llega a esa comprensión profunda de la vida y del destino, es lo que me gustaría contar. Esas cartas absurdas llenas de sentido que nos enviamos, es lo que desearía publicar: ponerlas ahí para el que las quiera leer. Y todo esto sin gastar papel.

Y hablando de gastos, éste sería el primer tema a tratar por mí. Escribir sin esperar nada a cambio. “Dar para recibir”, dicen algunos. Pero no. Dar para sentir lo que el otro recibe como algo que uno mismo hubiera recibido.

Yo he sido toda mi vida una agarrada y ahora entiendo que ser agarrado es como poner uno mismo un tampón en el corno de la abundancia. Me ha llevado cuarenta años entender esa y muchas cosas más, que podría ir expresando en ese blog supuesto, si vuecencia lo tiene a bien, claro.

Una vez le escribí una carta de desagarrado amor a un novio que me dejaba. Me respondió: “¡Qué bien escribes!”. Merecido me lo tenía. Merecido me tenía ese novio y merecida esa respuesta. Ya no quiero escribir para que me digan que qué bien escribo. Antes sí, ahora no. Ahora quiero que a alguien le sirva de algo lo que escribo.

Ah, sí, sí: todo lo malo que me ha pasado en los últimos cuarenta años ha sido buenísimo.

Al menos así me parece hoy. En este momento en que te escribo voy en el bus hacia Madrid. Voy a Madrid a ganar dinero. Igual que una hippie alemana que me encontré de chiripa en el bus. La saludé y hablamos poco, pero te diré de qué la conozco: vino a Galicia para que el contacto con la naturaleza la ayudara a pasar el dolor. Hace un mes, en plena labor de parto, se le murió la hija ahorcada con el cordón umbilical. Tenía un aparato que permite oír los latidos del corazón del bebé, y fue oyendo pum… pum… pum… donde se iban haciendo más lentos hasta detenerse. Y parió una hija muerta.

Te saluda,

El Mechudo (alias Astucia o Pericia, no se sabe quién es cuál).
 

 

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